García es aficionado a la simulación aérea, así que cuando salieron las plazas para el equipo, este bombero no se lo pensó dos veces. «Es algo relativamente nuevo y somos pioneros. Tienes tanto que investigar que no paras», asegura.
Y pone un ejemplo de las ventajas de trabajar con drones: «Acudimos a rescatar a un hombre que se quería suicidar y estaba en un estado bastante agresivo. Nos lanzaba tejas y desde abajo no podíamos ver nada. Pero, gracias al dron, observábamos dónde estaba y cómo se movía de tejado en tejado».
Para poder ingresar en este grupo hay que realizar varios cursos de formación: el de categoría específica de piloto de drones nivel 3; el de fotogrametría con el fin de poder elaborar mapas y cartografía en 3D y un tercero de trabajos específicos de emergencias con drones.
Todos los días hacen prácticas en los dos campos de vuelo que hay en La Navata y Guadarrama, realizan maniobras y comprueban las baterías, el punto débil de las aeronaves.
La autonomía de un dron sigue siendo corta y puede durar volando media hora, por lo que si una intervención se prolonga durante muchas horas hay que realizar un gran número de cargas.
Otro de los problemas en estas misiones es la burocracia, ya que para volar el dron hay que pedir permiso a las autoridades competentes por teléfono o por mail.
«A veces, te tienen esperando 15 minutos hasta que te dan permiso, aunque sea una emergencia y te da rabia porque tú has hecho todo lo posible por llegar cuanto antes», declara Jesús Rodríguez, otro de los pilotos del grupo.
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